La insoportable levedad del confinamiento humano

La insoportable levedad del confinamiento humano

El confinamiento humano, supone para mucha gente una insoportable levedad, que es una losa imposible de levantar

El confinamiento humano es una losa imposible de levantar, para muchas personas que no poseen una buena base intelectual en la que asentar la convicción de que es necesario un confinamiento para erradicar la propagación del virus. Para evitar la insoportable levedad de esta situación, hay que apostar por la reinvención y el auto aprendizaje; como partes esenciales que alimenten el alma.

La existencia humana se derrumba ante la desesperación de no saber qué hacer con las horas muertas y sucumbe a la sobreinformación y manipulación de algunas opciones televisivas.


En estos tiempos convulsos, la injusticia mortal -a la que nos está exponiendo el Covid-19– liquida la vida en un suspiro inaceptable como revés existencial. Lo que esta pasando debe hacernos comprender que nuestros mayores dejarán de ser quienes fueron, sobre todo, por que su aislamiento conlleva una sobreexposición a la información desmesurada de la tragedia y la proyección mediática del miedo. La edad dorada está perdiendo el lustre que la experiencia en cientos de vicisitudes existenciales les había dado.



Los abuelos y abuelas -que ven cómo sus amistades de residencia se van sin poder decir ni adiós- han de convertirse en el auténtico desafío que tenemos como sociedad.




El día a día

Son las 7 de la mañana en una casa española, y Amparo –que calza ya 82 años– se levanta dispuesta a afrontar una nueva jornada que debería ser cálida y pacífica, pero que en realidad es un día de dureza y dolor por la desgracia que está cayendo sobre el pueblo llano con el que ella se ve representada; las personas mayores. La mujer tiene cuatro hijos, ya independizados y con familia, desperdigados por varias ciudades españolas, Madrid, Barcelona, Sevilla..

La familia lejos

Tienen por costumbre visitarla algunos veranos y unas pocas fiestas de guardar, así que en esta terrible circunstancia Amparo está sola, se siente más sola que nunca, y se refugia en el consumo televisivo la mayor parte del día. Algunos vecinos -que sí tienen familiares más próximos- reciben periódicamente la ayuda allegada que supone llevarles hasta la puerta de sus casas algo de comida que depositan en el felpudo.

Más vale un paseo que un pasodoble

Con un poco de colaboración y mucho de corazón, algunos de ellos hacen la lista de la compra teniendo en cuenta las necesidades que Amparo les traslada de ventana a ventana, por el patio de luces de su pequeño apartamento benidormense. Amparo enviudó hace veinte años, los mismos que lleva residiendo en su coqueto pisito del municipio alicantino donde siempre luce el sol, se bailan pasodobles y se celebran tantos mercadillos y festivales como si de una capital de provincia se tratara.

Viudas luchadoras

Esta viuda se encuentra en paz con sus pensamientos cotidianos, con la doctrina de vida que eligió -cuán estandarte- al dejar atrás su pequeño pueblo conquense, el día que enterró a Esteban, su hombre, aniquilado por un ictus repentino que le puso tierra por encima en un Camposanto gélido, como son los cementerios de la meseta.


La mujer no puede evitar acordarse de su Esteban, que “gracias a dios no está viendo lo que está pasando, con lo que era él para estas cosas”.



Entereza decidiendo el futuro

La entereza de esta superviviente, construida a base de tesón y por haber vivido una posguerra llena de hambre y penuria, que también exterminó a inocentes, como lo está haciendo esta maldita infección, no tiene parangón. Tras toda una dictadura que no hizo, sino, que quitarle algunos de sus derechos fundamentales como el ejercicio al voto o sacarse el carnet de conducir –porque le daba la gana-, esta mujer decide su futuro cada día; al levantarse de la cama –por las mañanas- y comenzar su día, que como ella misma afirma “puede ser el último”.


Sin whatsapp

Amparo no usa redes sociales, ni whatsapp ni leches en vinagre. Su pequeño motorola le sirve y le basta para estar localizada, cuando le llaman sus hijos, sus vecinos, sus amistades del pueblo o por si necesita, en un momento determinado, llamar al médico -para acudir a consulta a por sus recetas de cabecera- o pedir cita para sus controles, chequeos que se realiza una vez al mes. Es una mujer sana, pese a los achaques de la edad y los envistes de la vida, que la curtieron desde muy pequeña trabajando en las eras manchegas, después sirviendo para familias pudientes en la ciudad, y mas tarde pariendo hijos y sacando adelante a su familia.


Siempre ha tenido la convicción de que con esfuerzo todo se puede lograr, y “con humildad se abren las puertas de donde vayas”. Nunca fue temerosa, por muy duras que fueran las cosas o muy difíciles los desafíos de su extensa existencia. Sacó coraje de su viudez, despidiéndose de su Esteban, con quien llevaba unida desde la adolescencia, levantó armas y maletas, y se fue a vivir donde siempre había querido, el lugar del que quedó prendada durante los cuatro días que pasó de luna de miel, allá por los años sesenta; Benidorm.  



Desconcierto humano

Pero estos días, Amparo se encuentra un poco desconcertada, a veces angustiada, no porque la situación que se está viviendo sea dura, que lo es. Tampoco porque esté muriendo tanta gente de su edad; sino porque cuando enciende el televisor solo recibe mensajes tremendistas.


De ese aparato sólo sale miedo, terror y sed sensacionalista -le digo- así que ponte un rato la primera cadena y así te enteras de lo que se está haciendo contra el maldito virus, y luego entretente con las sopas de letras, que sabes te vienen bien para aligerar el seso y recordar palabras que casi no se usan ya.


La caja tonta

Aprovecha para cambiar armarios, limpiar estantes y coser; pero que no te absorba la caja tonta, le insisto. Ella asiente con su tono coloquial, al que me tiene acostumbrado, y sigue su nueva rutina, la de estos días, que difiere totalmente de la que venía trayéndose las últimas dos décadas; salir a caminar cada mañana y cada tarde por las calles y avenidas de Benidorm, el sitio en el que vive tan bien y donde quiere terminar sus días.



El tremendismo se caracteriza por una especial crudeza en la presentación de la trama (recurrencia a situaciones violentas), el tratamiento de los personajes (habitualmente, seres marginados, con defectos físicos o psíquicos, prostitutas, criminales, etc.) y en el lenguaje, desgarrado y duro.

https://es.wikipedia.org/wiki/Tremendismo


Conversaciones diarias, la mejor medicina

No dejo de pensar en ella, fuera de nuestra conversación diaria de unos pocos minutos, en la que me cuenta si le duele algo, si se ha comprado ya los zuecos blancos que tanto le gustan, si va a cocinar esas gachas tan ricas cuando acabe todo este embrollo, si Jacinto –su vecino de escalera, con el que mejor se lleva- le ha traído lirios; que le encantan. Pero hace ya más de veinte días que su estimado vecino no sale a la calle, como ella, así que las flores con que él le recuerda su admiración incondicional siguen creciendo y creciendo en los jardines municipales; igual que crece el desasosiego y la incertidumbre de no saber si esto acabará pronto o se alargará mucho mas.

Amparo, enciende el televisor, para saber alguna novedad o última noticia sobre la epidemia y se encuentra a diferentes “terroristas del micrófono” que están haciendo su agosto escupiendo miedo amarillo sensacional para una audiencia fácilmente sobornable a la asiduidad; la gente mayor sola.


España está llena de Amparos, y su desamparo me rompe el corazón.

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